domingo, 19 de septiembre de 2010

¡Soy una sobreviviente!

Resulta que hace dos días, es decir el Martes, me enteré que teníamos una tormenta tropical (con probabilidad de convertirse en huracán) encima. Me enteré sólo porque ya estábamos en alerta amarilla (creo que debería leer más el periódico o escuchar las noticias locales) y porque mis padres llegaron con bolsas repletas de alimentos enlatados, galletas, agua embotellada y demás compras consecuencia del pánico. En ese mismo instante abrí la página de protección civil, estaba en búsqueda de información. Ahí leí que estábamos en alerta amarilla, que eran muy bajas las posibilidades de un huracán y que tardaría, por lo menos, dos días en llegar. Leído eso, me dormí.

Al día siguiente, Miércoles, fui despertada por el sonido de la lluvia y la fresca brisa que entraba por mi ventana. ¡Sorpresa! En menos de cuatro horas el hucarán tocaría suelo... ¿no que dos días?. Si rastro de preocupación encendí la computadora. Porque comenzaría a resolver mis toneladas de tarea, claro, nosotros alumnos de cobach no tenemos vida social... en eso estaba, cuando al rededor de las nueve y media de la mañana, suena el teléfono, era mi madre, quien nos preguntaba sobre si aún teníamos luz en nuestra casa, le contestamos que sí y cerca de diez minutos después se fue la luz.

Bueno eso no era lo peor, ya sabríamos que sucedería. Así que compramos velas (en la tienda que está en frente de mi casa) porque sabríamos que la ausencia de electricidad tardaría por lo menos un día o dos. Todo dependía de la magnitud del fenómeno.  Así que a medio huracán, porque cuando llegó ya era huracán, salí, armada de mi paraguas y chanclas de plástico, compré siete velas, ocho cajas de cerillos y un sobre de tang sabor naranja. Cuando regresé a mi casa tenia las piernas empapadas.  Desayunamos, mientras lo hacíamos el viento y lluvia comenzó a ser más fuerte, escuchábamos el sonido de las láminas luchando por no volar, veíamos las hojas de los árboles caer, notábamos como la naturaleza paralizaba la ciudad. En medio de aquella furia salimos, mi hermanita y yo a llevarle el desayuno a mi abuelo, quien estaba en la casa de un costado. Henos ahí, caminando en medio de la furia de la naturaleza. No veíamos nada más que agua que caía rápidamente y viento, que en conjunto hacían un denso color blanco.

Sobrevivimos.

Después de aquello, resignadas a sufrir las consecuencias de la ausencia de electricidad, el calor y el aburrimiento hicieron acto de presencia... A la una o una y media del día aparecieron mis papás (ellos se habían ido a trabajar) quienes nos informaron sobre como estaban las calles de la ciudad, hasta donde había llegado el agua y que si habría festejo independentista. ¡Por-tu-dios! El gobierno ni siquiera hacía las labores de limpieza y reconstrucción cuando ya había anunciado tremenda noticia. Que poca consideración.

El resto de la tarde, la dediqué a mi libro, y a jugar cartas. Mi papá nos enseñó, a mis hermanitas y a mí, a jugar conquian nos está haciendo unas mujeres de mundo jajaja y mi mamá a cocinar un exquisito pozole.

Ya habían pasado muchas horas sin luz eléctrica, sentía que necesitábamos tenerla YA, lo admito. Fue difícil hacerme a la idea de pasar una noche sin luz, ya lo había experimentado, pero ya me había olvidado de que se sentía. No quería. Para remarcar nuestra necesidad, nos enteramos que los vecinos de la casa de en frente tenían luz y ¡nosotros no! Maldigo-mi-suerte. Insistimos cerca de tres veces a la CFE, quienes solamente nos respondían que cuando se desocuparan vendrían a arreglarlo...

Cenamos a la luz de las velas y una pequeña lámpara.

Resignados a pasar una noche a oscuras, nos dirigíamos a nuestras habitaciones, cuando por fin, se hizo la luz. No pude reprimirme el grito, fue un grito de felicidad.

Así pasé todo un día, doce horas sin luz, disfrutando la unión familiar, el conocimiento de mis padres y la deliciosa comida preparada.

Gracias Karl.

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